El tiempo se agota

En uno de esos días en que parece que el tiempo es relativo, Laura y su abuela Isabel caminaban por una calle empedrada y estrecha. El aire era más frio de lo habitual, y las tardes habían comenzado a ser más cortas para dar paso a la obscuridad de la noche la cual era adornada por la gran luna amarilla que anunciaba que el día de todos los Santos se encontraba cerca. En el pueblo de Laura no se veían pasar muchos coches ni personas, y en las fechas de luna llena los habitantes se ocultaban en sus casas dando un aspecto de pueblo fantasma. En su camino se encontraron con Don Pedro, un vendedor de dulces y flores, le compraron unos ramos de flor de cempasúchil para adornar su altar, y después de escucharlo decir que esos días la muerte estaba suelta, se despidieron y continuaron su camino por la vereda que conducía a su casa.

Doña Isabel continuó el camino confundida, su mente poco a poco se apoderó de pensamientos que no le permitían poner atención a su nieta Laura quien revoloteaba feliz contándole sobre los preparativos para el festival del día de muertos de su escuela, de pronto, sintió una corriente de aire frio por todo su cuerpo seguida por un peculiar olor que atribuyó al rampo de cempasúchil que cargaba su nieta, esto la puso más nerviosa pues el intenso olor de las flores combinado con el ambiente frio y la gran luna llena le recordaron las advertencias de Don Pedro sobre no salir en días en que la muerte esta rondando. De pronto pudo notar que una energía obscura se clavaba en ella y al voltear cruzó su mirada con los ojos de una gran criatura de plumaje grisáceo postrada en un barandal de una de las fincas del camino, sus ojos parecían dos grandes canicas negras brillantes, sintió un escalofrió que la paralizó por un momento, ella lo sabía, ya estaban aquí y sabía que esa criatura era la señal de que su tiempo se agotaba. Doña Isabel interrumpió la plática de su nieta, quien parecía no darse cuenta de lo que pasaba, para decirle que apresuraran el paso pues una tormenta se avecinaba, Laura obedeció y caminó más rápido junto con su abuela. Doña Isabel no lo sabía, pero su nieta también había visto a los ojos a esa extraña ave y le había producido el mismo escalofrío que sintió ella con su presencia. Al llegar a casa, Doña Isabel vio de nuevo a la criatura emplumada pero esta vez postrada en la entrada de la casa, se apresuró a cerrar las cortinas de toda la casa y mientras pidió a su nieta que cambiara los crisantemos blancos por el ramo de cempasúchil en el altar de su madre.

Doña Isabel se acercó a su nieta y Laura supo al instante, por el tono de su voz, que esta vez su abuela no le contaría una historia como cada noche, podía ver la angustia en sus ojos y pronto un sentimiento de nostalgia se apoderó de ella, le explicó que al igual que les pasaba a algunas de las mujeres de su familia entre ellas su madre, las Tlahuelpuchi, las brujas del pueblo, habían venido por ella a aclamar su alma y su cuerpo, y  ahora tenía que seguir caminando sin ella en este plano terrenal. Los ojos de Laura se inundaron y le dieron un largo abrazo a su abuela como si se tratara de una despedida. Esa noche Laura y Doña Isabel cenaron y terminaron de adornar el altar ya que era la víspera del día de todos los santos y a pesar del ambiente triste no podían dejar de preparar las ofrendas para la llegada de su madre y ancestros.

A la mañana siguiente, Doña Isabel despertó como de costumbre antes que Laura, se encontraba un poco confundida pues todavía seguía con vida, puso a calentar el café de olla, abrió las cortinas y pudo notar que ya no estaba más la criatura emplumada. Isabel caminó hacia la habitación de su nieta para despertarla, y al acercarse a su cama pudo notar que había unas plumas de color gris en el piso de madera mientras que el cuerpo de su nieta Laura yacía rígido en su cama con un tono blancuzco que evidenciaban que su sangre había sido totalmente drenada acompañado de una nota en su mesa de noche que decía “abuela yo también vi a la criatura emplumada y ahora podré acompañar a mamá en el altar”. Su nieta Laura, había estado investigando todo sobre las Tlahuelpuchi y sabía que en víspera del día de muertos se llevarían el alma de la primer mujer que las viera a los ojos.